jueves, 6 de enero de 2011

Que pase lo que tenga que pasar

Hablar del año nuevo sin que suene trillado es imposible. Para evitar caer en el lugar común en que caemos cada año, pensemos en tradición y así, lo repetitivo cobra un valor ajeno a sí mismo que reside únicamente en el poder del adjetivo.

En mi casa aún no generamos una tradición. Hasta hace unos pocos años, mi familia y yo viajábamos a reunirnos con los parientes. Hasta ahora no hemos podido acomodarnos del todo. Los sobrinos parecieran aligerar un poco estas incómodas reuniones donde nadie se halla. Es, supongo, cuestión de admitirlo: la navidad es para los niños. Los adultos tienen a dios; los niños, como pañal entrenador, tienen a Santa. Si de por sí las fechas no son para nada agradables, el año nuevo lo pasamos sin las mamás de mis sobrinos y por supuesto, sin sus hijos; de modo que en mi casa recibieron el año nuevo tres y medio monos en la sala. Mi hermana salió a correr al rededor de auto con una maleta para sentir que hizo algo, mi mamá atrás de ella con una sartén haciendo ruido y mi papá sólo hacía notar cuan inconforme se sentía por estar ahí. A mi me picó algo en el brazo. Hay un blog que leo en el cual constantemente se aconseja prestar atención a los mensajes del universo. Bueno, el mensaje fue claro.

Después de eso entramos a hacer el tradicional brindis. La propuesta fue ir del de mayor edad al de menor. Comenzó mi padre con su grandilocuente observación:
-Este fue el peor año de mi vida- hizo una pausa para dramatizar más el momento y continuó - Espero que no se repita. Mi madre, que por alguna extraña enfermedad mental sigue intentándolo le preguntó el porqué y le hizo algunas observaciones de cómo no había sido para nada malo. Como yo soy egoísta y malvado, la respuesta que di en mi mente fue más bien autoaleccionadora: "Pendejo. Con los días contados y vive el peor año de su vida". Por otra parte, el intento de cagarnos la fiesta, me incitó a disfrutarla. Así que renové ánimos luego de un día en verdad agotador y seguí la onda autonindulgenteyautocondescendiente del evento. Luego de esperar a que mis hermanas faltantes se decidieran presentar, cosa que no hicieron, me fui a la fiesta de la familia de un amigo. Fue temática y mi disfraz de cien pesos, con lentejuelas en lugar de cota de malla, hizo bien su trabajo.


La dinámica del evento consistió de tres partes: la cena, la sinopsis y la sesión de fotos. A la cena no llegué obviamente; pero sí a las fotos y a la sinopsis. Cosa interesante esta última. Cuando llegué me dijeron que era mi turno y aún sin tener claras las reglas del juego dije cualquier cosa. Lo suficiente para salir elegantemente del compromiso; pero no para cubrir a cabalidad lo más significativo de mis últimos 10 años de vida:

La década comenzó luego del diagnóstico de leucemia de mi papá. Eclamsia es una buena palabra, significa relámpago y su uso hacía referencia a un cambio súbito en el clima, una tempestad que llega sin aviso. Los doctores la usaron en 2001 para explicar la muerte de mi sobrino. Ese mismo año respiré el aire de París, Londres y Dublín, entre otras ciudades europeas. Conocí poco de París y nada de Londres. Fueron visitas eclámsicas. En México las clases habían comenzado y yo comía crepas en Saint-Martin, Isla de Ré. Cosa curiosa es que al lado de la isla, en el continente, está La Rochelle, ciudad cede de los antiguos headquarters de los templarios (Cour de la Commanderie). Ya de regreso a Mérida todo fue como había sido antes. Fui coordinador del grupo de misiones del que formaba parte. Nos llegó un 'vigilante', que luego se volvería mi amigo: El hermano Nacho. Conocí a Ramón, conocí a Marilú y luego fuimos novios. Dscubrí que Mariana, mi entonces mejor amiga, era una psicópata, lo mismo que Pedro, el mejor amigo de Marilú. Nos rodeaban los psicópatas en esa época. El último año de prepa no tuvo grandes eventos, salvo la liquidación de mi papá. Recuerdo particularmente de esa época una plática con el hermano Nacho. Hablábamos sobre mi vida personal y terminó la conversación diciéndome que en la relación padre-hijo tendría que haber un adulto… Esa frase, cuya versión original es seguramente diferente en forma mas no en fondo, marcó una pauta.

El siguiente año fue… Ni se qué adjetivos usar. Entré a la carrera, conocí a Berenice, Mario y el resto del equipo de vets. Conocí a Marilú y dejamos de ser novios. En casa, la aparente falta de dinero luego de estar acostumbrados a todas las comodidades, hacía insufrible la situación. O tal vez esa era solo la excusa para dejar salir las cucarachas. Pensé en irme. Mario, quien no lo sabe, hizo toda la diferencia y marcó una diferencia significativa en mi vida; así, tan cliché como suena. No es como que hayamos sido grandes amigos y sin embargo, lo aprecio como tal. Gracias a él sobreviví ese año y gracias a Berenice y Alex (Pinny), al comenzar el siguiente me cambié de carrera. Entre a la universidad de mi antigua preparatoria. Ya para ese entonces había cambiado mi fe: No creo en dios, pero sí en su Santa Iglesia. Benditos Maristas, hicieron todo por mi.


Gracias a los Maristas tuve una carrera y ahora un empleo. Cuando digo Maristas, no sólo me refiero a los hermanos, sino también a los laicos que forman parte del instituto. La carrera fue más bien desagradable. Habiendo tomado una decisión de vida al cambiarme de universidad, los directivos decidieron que mi carrera no era lo suficientemente demandada como para mantenerla, así que la cerraron. Fui la primera y última generación de Ingenieros Cibernéticos y de Sistemas Computacionales de la Universidad Marista de Mérida. Éramos cinco en el grupo. Bueno, había un sexto; pero nunca fue parte real de grupo. Luego de un par de años de ver las mismas caras, la apatía era infranqueable. Todos estábamos hartos de todos y nos faltaban 3 años más, lo que hacía el proceso más frustrante. Al final de la carrera creo justo decir que nos odiábamos. Las diferencias entre todos eran abismales y aparentemente inconciliables. Llegó por fin la graduación académica y cada quien por su lado. Ni siquiera celebramos juntos. Mientras mi amistad con Oscar, uno de los cyborgs, se había enfriado, la relación con Luis Felipe, otro cyborg, se fue estrechando. Lo irónico del caso es que fue cuando estuvo lejos, en Los Ángeles, y ya habiendo terminado la carrera que nos hicimos cuates. La lección aquí fue que luego de pensarnos estrechos opuestos de una línea, descubrí que teníamos mucho más en común de lo que fui capaz de entender durante 5 años. Educación similar, valores muy similares, metas afines, etc. Oscar reapareció hace poco en la escena. Me alegra. Fue también durante la carrera que conocí a Bety con una T. Nos hicimos amigos mientras ella vivía en Miami y me hacía mis tareas. Cuando me dejó de hacer las tareas nos dejamos de llevar y ya no he sabido nada de ella desde entonces. La marista igual me trajo a Lucía María.

Terminar la carrera fue algo muy significativo supongo, al menos en términos de esfuerzo y metas cumplidas; y sin embargo, cuando pienso en lo significativo, pienso en la gente que fue parte de ello y no en ello mismo. Mi jefe a quien considero un amigo, Gerogina alias la Kookayito, la coordinadora de mi carrera Eugenia, Joe, los Cyborgs, los locos del CTU, Myle, un par de la Camerata, otro par del equipo de Basquet, Stefan y toda la gente que me dice Willy (pronunciado Bily) porque Willhelm es "anticuado". Incluso pienso en el staff administrativo como Mariela y compañía con gusto y agrado. A últimas fechas en la gente de la UNEXMAR, Ale a.k.a. La Inge, es un gran ejemplo y nuevamente mi jefe, que otrora fuera el director que me recibió a la universidad.

Durante este tiempo vinieron pocos viajes, pero sustanciosos. El terrible viaje a Monterrey para presentar el GRE. Un viaje por carretera hasta Metepec con escala en Guadalajara y luego como adendum el viaje a Puebla donde conocí a la mitad de los Balodeza. Otro viaje por carretera a través de la República, con paradas en Orizaba, Toluca, Guadalajara y Mazatlán a donde llegamos justo a tiempo para una boda y luego a nuestro destino final para pasar las fiestas navideñas: Culiacán. Desde entonces, hace como 6 años, no veo a mis norteños parientes. Antes de eso los veía cada año. (Temgo hambre pero me da flojera bajar por comida). El viaje al D.F. pare el cumpleaños de Arturo y como adendum el concierto de Madonna, y finalmente el viaje por carretera a Guatemala. Si viajé a otro lado no lo recuerdo o pienso que no fue de esta década. Algunos pensarán que es mucho, pero en realidad no lo es. Antes viajaba mucho más.


En el ámbito laboral conseguí, con relativa facilidad, empleo en una empresa gringa. Me pagaban con cacahuates, si es que me pagaban y el trato era peor que en una guardería. Ticket si hablabas en español, ticket si volteabas, ticket si… Hueva. Renuncié a los cuatro meses y me regresé al sacro laboratorio a terminar mi tesis. Luego de mucho estar ahí sin recibir más recompensa que la experiencia, me contrataron y ahí sigo desde entonces. Lo mejor de la Cuarta Fuente fueron la experiencia que te da el ser explotado y aprender a decir 'ya está' y lo segundo y mejor, Sarah Oeste.

En el último año me enfermé de todo. Desde Malaria y Évola, hasta piedras en los riñones y calvicie prematura. Esas enfermedades, que además vinieron una tras otra, me incitaron a modificar mi vida. Un cambio generó otro y en cascada los cambios siguen en proceso. Desde mis hábitos alimenticios hasta mis relaciones interpersonales. Todo y todos están en la balanza y mucho se está quedando en la década pasada. Otras cosas simplemente se mueven de posición en el estante o pasan del mostrador a la bodega. La planeación meticulosa quedó atrás. Esta década comienza con un "Chingue a su madre, que pase lo que tenga que pasar".