domingo, 20 de diciembre de 2009

Gatos en el balcón

Me asomo por la ventana. No veo nada en la calle. Me inclino un poco más y no veo nada en la cochera.

-Damn!- y luego pienso en que dije "damn" y no "puta madre" o algo menos snob.

Aún estoy dormido; pero entre sueños casi me aviento por la ventana para ver si tengo carro disponible. Por fortuna me dormí con ropa, así que luego de ponerme un gorrito salgo a la calle decidido a caminar hasta el Wallmart. En el umbral de la reja me detengo y me doy oportunidad de arrepentirme. Decido continuar.

Voy tomando ritmo y cobrando vida conforme cruzo calles. Consigo despertar por completo justo a tiempo para no perderme un delicioso atardecer. Sigo caminando y sonrío como un loquito indigente.

Llego al boulevard y doblo a la izquierda. Una cuadra, dos, otra más y de pronto -¡Miaaaau! ¡Miaaaau!- al otro lado de la avenida. Volteo y veo un minigato que camina directo hacia mi llorando al mismo tiempo que una camioneta repartidora dirige uno de sus neumáticos hacia la cabeza del gatito. -El horror... El horror- pienso. Una vida menos, quedan 6. Cruzo hasta el camellón, me detengo mientras veo como otro carro está a nada de aplastar al minino. El conductor me ve y reacciona. Quedan 5. Contrario a lo esperado, el gato en lugar de huir de mi, se acerca y deja que lo recoja.

Con aún más puntos kármicos a favor, llevo al animalito hasta la otra acera (es decir, por la que venía caminando originalmente antes de escuchar los maullidos) suponiendo que su gata madre estaría en algún lugar dentro del monte vecino. Bajé a la cría y acto seguido corrió de nuevo hacia la calle.

O.K. Intento A por dejar al gato, "fail". Los siguientes intentos que llegan más o menos a la mitad del abecedario, se resumen en que el animalito me seguía llorando si caminaba y se me subía por el pantalón hasta los hombros si me quedaba parado. Dejarlo ahí implicaba dejarlo morir con toda certeza. Era un gato de alguna casa cercana, que recién lo habían tirado a su suerte... Y a la mía.

No soy una persona de gatos. Aún más que eso, no sólo no me gustan los gatos, sino que me disgustan. El problema es que a este gato, que resultó ser gata, parezco gustarle y mucho (excepto mientras le daba un baño de bienvenida con shampoo para perros).

Es una gata extremadamente mimada y cariñosa. Pareciera estar acostumbrada a pasar el día en los brazos de la gente. Si la dejas un segundo sola llora. Si no la acaricias un segundo te busca la mano. Si decides que ya fueron suficientes caricias y la dejas en el piso, encontrará la forma de llegar hasta tus brazos de nuevo. Ya ahí, se mimará y se acurrucará tanto como sea necesario para hacerte olvidar por un instante que es un gato.

Debo confesar que no es lo que esperaba de un gato. Usualmente son todo lo contrario. Los detesto. Georgina es diferente. En realidad me gusta a pesar de ser gato. Y esa costumbre de pararse en mi hombro como perico de pirata me parece divertidísima. Pienso que no sería tan malo conservarla... Se que sí.

Tengo una perra anciana que cada día requiere más y más cuidado y atenciones. Eso implica dos cosas. Que la vida de la gatita estaría de nuevo en peligro al vivir aquí y segundo, que no puedo mantener a la gata.



Mientras alguien diga "Yo", estará viviendo en mi balcón. Ya viene navidad (hace frío allá afuera), con un lacito seguro queda perfecta para regalo.

martes, 15 de diciembre de 2009

sábado, 5 de diciembre de 2009

Nada nuevo bajo el sol

Hoy tuve la suerte y la desgracia de ver el amanecer. Amaneció gris. Benditas mañanas grises. Son fantásitcas. Hacen que los colores tengan que gritar su color, los hace defender a toda costa su esencia básica y fundamental. El verde en las hojas se aferra a ser verde y es entonces cuando es más auténtico y original. Es como si nuestra vida se viera amenazada. Es en ese punto cuando la vida resuena con mayor intensidad. Los días grises nos hacen ver, no cuán rojo es el rojo, sino simplemente que el rojo ES rojo.

Reenamórate de ti. Cántate y celébrate. Quiérete tanto como antes, pero diferente. Escoge un color y mírate desde ahí. Desde ahí, impresionista, dibújate de nuevo, punto por punto, sólo somos puntos. Desde ahí escríbete como quieras ser escrita. Recuerda que no hay nada nuevo bajo el sol, excepto la forma en que sonríes cada sonrisa.