domingo, 7 de agosto de 2011

Aeropost No.1

Que despegue tan más extraño. Extraño por los detalles:


El par de jets militares fue la primera sorpresa, parecían más bien aviones de la segunda guerra mundial, pero aún así fue chido; no sabía que había una base de la fuerza aérea en Mérida.


Atrás los jets y abajo una ciudad que no pude reconocer. Ni una calle, ni un edificio. Esa que se quedó allá abajo, no es mi ciudad. Había además, sobre ella, una gruesa capa de smog. La blanca Mérida es blanca, ¿no? Por cierto, leí hace poco algo muy interesante con respecto al bonito título de la ciudad. ¿Sabían que lo de blanca es por racista? Los libros y la información moderna, para turistas y adictos a lo políticamente correcto, hablan del color de las casas coloniales y de la limpieza; pero los cínicos nos reímos al respecto. ¿Qué más da si los fundadores querían a los indios fuera de su ciudad? Sigue siendo igual. ¿Quieren un ejemplo buenísimo? <> le decía una conocida a Dedé (como Teté, pero más teletón), su amiga y nada fiable confesora, refiriéndose a la gente que vive en comisarías del otro lado del periférico.


Las nubes. Regresando al tema, esas sí eran extrañas en sí mismas y de tres maneras. La primera, su forma y distribución; como un ejército bien formadito de soldados de algodón de azúcar. La segunda estaba por debajo de ellas. La labor del ejército comestible se revelaba en el suelo: eran tapiceros. Pienso que la gober, con sus inclinaciones agropecuarias, mandó poner sobre la ciudad un tapiz de vaca. O de dálmata; pero hay que ser honestos… Y también respetuosos, así que no haré la aclaración y sólo aseguraré que es de vaca. La tercera y última manera tiene que ver también con tapiz, pero más con el mar. Todos bien alineados en la orilla, ni uno solo de los soldaditos estaba pisando el agua.


Ya mencionado el mar, hablemos de él. Si estás de vacaciones, ve al mar de Yucatán. Al menos un kilómetro de agua verde jade; muy a la maya, muy espectacular. Y sobre el agua, infinidad de bichitos blancos. Me parece que era tarde para que fueran lanchas pescadoras; aún así, eran demasiados como para ser yates, veleros y lanchas deportivas, que sí abundan, pero no tanto.


El cabrón de la vendimia hizo que se me fuera el pedo de lo que iba a decir. Me hizo recordar a los que se suben en una esquina a los camiones a vender y se bajan en la siguiente. Sería interesante ver al wey bajarse del avión; lo único seguro es que caería de pie.


Tierra a la vista. Qué rápido vuelan estas madres. Tan viejito y remendado que se ve el aerobús; pero bien que jala. Es como mi carrito destartalado que no se deja morir. Se que son máquinas, pero aún así se les agradece el esfuerzo.


Creo, tal vez por mi ignorancia, que dede muy lejos estoy viéndole el pico a Orizaba. Velvet-boy tenía presentación en Cholula, así que igual y no estamos tan lejos. Sólo me tengo que aventar detrás del aerogato.


Hay unos ovnis ahí abajo escondidos en las nubes. Lo juro. Intenté sacarles una foto pero sólo salió esto:




Itentaré hacer lo mismo con el nuevo paisaje:




Y este soy yo pendejada en el avión con mi computadora que además de computadora, también cámara fotográfica. Esos de Canon se la pelan --la manzana-- a los de Apple).



¡Hey, Arturo, ya te vi! ¡Aquí arriba! ¡Voltea!


Te tardaste amigo. Ya estoy llegando a Jalisco. Pero no te preocupes. Ya pronto nos veremos.


Lo mismo para todos, ya voy a apagar esta madre. ¡Nos veremos pronto!


P.D: ¿Es normal que huela a ese spray que se llama Aquanet en el avión?

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