domingo, 9 de septiembre de 2007

Telefónica

¡Carajo! La fila llega hasta la entrada. No entiendo por qué no asignan turnos, carnisalchichonería a la vanguardia y la banca en la prehistoria. Ha de ser cosa de alemanes.

Luego de 20 minutos, sin moverme más de medio paso, deseo encontrarme con alguien conocido; pero por supuesto eso sólo sucede cuando no lo quieres. Luego de tres cuartos de hora he avanzado a la mitad. De la nada se materializa un conocido en una de los sillones de espera, tendré que esperar otros 20 minutos para poder establecer contacto visual y conversar con un wey que sólo he visto un par de veces. Lo que sea para evitar el astío.

Una hora quince minutos. La locura me asecha y por fin puedo platicar con el wey que parece estar esperando a alguien 30 minutos atrás en la fila.

La plática es estúpidamente hueca, mejor me hubiera mordido las uñas para incomodar a la gente y darles algo de qué hablar.

Detrás de mí, voz A (de extraño acento) se queja con voz B (digitalizada) sobre la tardanza. Es cierto, es un infierno; pero el "tío" y su neurosis me hacen pensar más y más en ello. En el bolsillo de su camisa tipo escolar una M que parece gargajo mal escupido, chorreado y bicolor.
Mi conversación por fin cobra sentido, me siento un poco aliviado. De pronto:

-¡¿Podéis pasar por favor?!
-...siguiente.
-(Puto gachupín de mierda)

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