domingo, 9 de septiembre de 2007

Pinky and The brain

-Esque Guille, hay que ser más Pinky. Eres demasiado Cerebro- y entraron todos. Yo me quedé parado, inmóvil. Explotó en mi cabeza toda una discusión dialéctica procedida por una reverberación continua que llega hasta el día de hoy y de seguro continuará por varios días.

Cerebro, a ti mi admiración. Tanto esfuerzo, tanto empeño, tanto talento, tanta dedicación.

¿No se nos ha vendido siempre la idea de que teniendo claro nuestro objetivo en la vida y aprovechándonos de nuestros mejores dones para llegar a él, conseguiríamos el éxito? Plantearse metas específicas, delimitar, trazar, diseñar, esforzarse al máximo con empeño, dedicación, trabajo, aún con gozo. Workoholics al oriente, stress-deaths al poniente.

Si alguna vez lo fueron, seguro las cosas ya no son así. Nacimos antes del fin del mundo*, y ahora que el mundo se ha acabado todo es diferente. He visto a más de un intento de Pinky conseguir más que yo con muchísimo menos esfuerzo. Y no me diera coraje si al menos tuvieran la mitad de corazón que tiene Pinky; pero están huecos por dentro, han aprendido a no ver más allá de la distancia que hay entre un sofá y un televisor. Son parte de un movimiento masivo y globalizado motivado por la inercia, ellos inertes. Pero el sistema les retribuye con creces esa fidelidad y sus hermosos balidos son en verdad redituables.

Hasta ese día antes de entrar al laboratorio disfrutaba recordado a Pynky & The brain con una sonrisa. Ahora no me queda más que una mueca postmodernista.



*En referencia a una expresión de Arturo Loría

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